Había llegado temprano a la
pequeña y elegante ciudad situada en la falda de la montaña que acoge al
monasterio. Sus calles seculares de piedra parecían aún adormecidas
cuando, para mi sorpresa, vi la antigua bicicleta de Lorenzo, el
zapatero amante de los libros y de los vinos, recostada en el poste en
frente a su taller. El horario de funcionamiento de su tienda era
imprevisible e improbable. Nunca se sabía cuándo estaría abierta. Fui
recibido con alegría y con una sonrisa sincera. Mi amigo acababa de
hacer café y nos sentamos en el mostrador con dos tazas humeantes para
conversar. El elegante artesano tenía en el remiendo del cuero su
oficio; la costura de la vida con los hilos de su extraña filosofía, era
su arte. Aquel día no fue diferente, una vez más él me desconcertó con
lo imponderable. El zapatero comentó que una de sus sobrinas, hija de su
hermana, había acabado de salir del taller. Ella estaba muy agitada
pues su marido había resuelto disolver el matrimonio. Había ido en busca
de una palabra de consuelo, de una idea que le sirviera de linterna
para iluminar sus pasos. Le pregunté si la joven había salido mejor
después de la conversación con el tío. Entonces Lorenzo me sorprendió:
“Creo que no. En verdad, salió de aquí peor de lo que entró, pero con el
tiempo entenderá lo que intenté explicarle”. Quise saber qué le había
dicho para aliviar la aflicción de la joven que generó el efecto
contrario. El zapatero respondió con naturalidad: “Todo sufrimiento es
una elección”.
¡Ojalá! Cuestioné a mi sabio amigo pues parecía
haber enloquecido. ¿Ese era un consejo para ofrecer? ¿Quién en sana
consciencia escogería el sufrimiento? El artesano, sin afectarse tomó un
sorbo de café y dijo: “Todos aquellos que aún no pueden ver más allá de
las nebulosas de la ilusión”.
Hizo una pequeña pausa e hizo un
paréntesis: “A penas quiero hacer una distinción. No me refiero al dolor
físico oriundo de una pierna rota, por ejemplo. Me refiero al
sufrimiento que surge de las fracturas emocionales, aquellas que
estremecen y ahogan el alma en un mar de lágrimas innecesarias. Hay que
entender que la finalidad del Camino es perfeccionar al andariego,
enseñarle a ser feliz, en perfecto equilibrio interior, en plena armonía
con el mundo, pero sin cualquier tipo de dependencia externa. Solidario
e independiente al mismo tiempo. Independiente al no permitir que nada,
ni nadie, tenga el poder de derrumbar su paz. Mientras su serenidad sea
despojada significa que aún no ha aprendido las lecciones
indispensables para seguir adelante. Por otro lado, solidario al
entender la necesidad de compartir siempre lo mejor de sí, sin esperar
nada a cambio. Al día siguiente, con la consciencia en plena expansión,
ofrecerá un poco más y esperará aún menos. Esta práctica cura y
transforma. Esta es la Ley del Amor, una de las que compone el Código No
Escrito. Los conflictos son las lecciones; las elecciones son los
bolígrafos con que escribimos las pruebas”.
Le dije que estaba
delirando. Ejemplifiqué con muchas situaciones que surgen en la vida de
todos, ajenas a nuestra voluntad, y que traen sufrimiento. La muerte de
un pariente querido, enfermedades, desempleo, separaciones afectivas,
entre otras variantes. Lorenzo no se inquietó: “Las situaciones surgen
en la exacta medida del indispensable aprendizaje requerido en aquel
momento, para la evolución personal. La cuestión no es el problema en
sí, sino cómo reaccionamos ante éste. Esto puede cerrar un ciclo de
lecciones o hacer con que se repita. Por lo tanto, sólo restan tus
elecciones. Nada más. Ellas definen quiénes somos y las condiciones del
próximo tramo del Camino”.
Argumenté que la teoría es siempre
perfecta. No obstante, la práctica suele ser más complicada. El zapatero
movió la cabeza y dijo: “La dificultad del problema en realidad dice
mucho sobre ti mismo. El primer paso es entender que cada cual enfrenta
los exactos conflictos en la medida de las necesidades de su
aprendizaje. La vida es perfecta en sus imperfecciones. Ese es su método
de perfeccionamiento. Aprender que la forma como reaccionamos a los
problemas determina las condiciones del viaje, quién nos acompañará,
los puentes, los abismos y el paisaje que encontraremos en la jornada es
el segundo paso. Percibir que las elecciones son las únicas
herramientas disponibles es hacer uso de la magia personal. Magia es
transformación. Este es el tercer paso y trae el poder alquímico de
transmutar plomo en oro, es decir, de substituir la agonía por la paz”.
Me pareció algo confuso. Le pedí que fuera más específico. Lorenzo no
se hizo de rogar: “No importa cual sea el problema. Todos serán siempre
serios y enormes. En el caso de mi sobrina, por ejemplo, ella insiste en
creer que tan sólo será feliz al lado del ex marido, comportamiento de
total dependencia afectiva. No percibe que éste comportamiento crea un
peso en el matrimonio que lo vuelve insostenible. Al entender que nadie
puede conceder a nadie el poder sobre su felicidad, buscará la alegría
en el lugar correcto: dentro de sí. Sólo entonces podrá compartir con el
otro, en la indispensable ligereza del amor. ¿Percibes que es una
dicisión?”.
“Con la muerte no es diferente. Muchos sufren por la
ignorancia de creer que hay un punto final en la historia, cuando en
realidad es apenas un cambio de capítulo. Otros, aunque entienden que la
muerte no es el fin, insisten en confrontarla como una pérdida ante el
apego a la presencia física, actitud repleta de egoísmo que no tiene en
cuenta el aprendizaje personal y los intereses espirituales de quien
partió. La famosa terquedad en ser el centro del universo ajeno, en vez
de enfocarse en la belleza de las propias lecciones, inevitablemente
traerá sufrimiento. ¿Percibes que la óptica con que escogemos encarar
las situaciones determina los dolores o las delicias?”.
Sustenté
que muchas veces sufrimos por la nostalgia. Lorenzo abrió una amplia
sonrisa y dijo: “La nostalgia es algo maravilloso, pues es el registro
del amor de aquella convivencia. Sólo existe nostalgia donde hay amor.
El amor no necesita de la presencia física para existir, pues está mucho
más allá de lo que se puede tocar. Agradece por sentir nostalgia, pues
demuestra que la vida no fue en vano. Lo que no deja nostalgia se pierde
en el vacio de la existencia. Por lo tanto, cada vez que la nostalgia
te invada debes sonreír y conmemorar”. Frunció el entrecejo y concluyó:
“Claro, puedes escoger sentirte víctima de las circunstancias, un
abandonado por la vida y ahogarte en la tristeza. La decisión es tuya”.
Recordé que muchas personas sufren por el hecho de quedarse
desempleadas y pasar serias necesidades materiales. El buen artesano
enfrentó la cuestión: “Claro que todos deben tener lo necesario para una
vida digna. No obstante, aunque el dinero pueda proporcionar muchas
cosas buenas, cuando se tiene una relación saludable con él, jamás podrá
ser factor determinante para la felicidad. Me canso de ver millonarios
en crisis de depresión en sus mansiones, mientras me deparo con
operarios en plena alegría en las favelas. Claro que lo contrario
también ocurre, lo que comprueba que todo depende una vez más de las
elecciones que el individuo hace”. Hizo una pequeña pausa y agregó:
“¿Cuántas veces ya experimentamos que la desgracia en realidad es una
gracia disfrazada? Siempre oímos historias de personas que se volvieron
mejores después de una situación adversa, pues solamente así despertaron
dones y talentos adormecidos. No tengas duda, esto apenas fue posible
porque escogieron enfrentar el problema con sabiduría y coraje, en vez
de ahogarse en un mar de lamentos”.
Bebió un sorbo más de café y
profundizó en la cuestión: “Las enfermedades, muchas veces terminales,
pueden ser arrasadoras o transformadoras, dependiendo de la manera con
la que el paciente encare el momento. Cierta vez, fui a visitar a un
amigo al hospital en tratamiento contra un cáncer. Era era una óptima
persona pero tenía cierta tendencia al pesimismo y al mal humor. Me
preparé para lo peor y me sorprendí. Aunque estaba débil por causa de la
quimioterapia, con ojeras profundas y sin cabello, lo encontré en el
mejor momento de su vida. Me recibió con una sonrisa sincera, sus ojos
desbordaban serenidad y sus palabras sembraban alegría. Me dijo que en
la enfermedad encontró la farmacia del alma y, solamente por estar
viviendo aquella situación, entendió toda la belleza del Camino. Estaba
muy agradecido por todo lo que estaba viviendo, por la oportunidad de un
nueva y transformadora visión”. Hizo una pequeña pausa y prosiguió: “Lo
más interesante es que compartiendo cuarto con él, había un hombre
completamente arrasado, sintiéndose el sujeto más infeliz del mundo y
preguntándose por qué aquella tragedia le había sucedido, aunque su
cuadro clínico no era tan grave como el de mi amigo. ¿Te das cuenta que
cada cual hizo su elección? Como dice el maestro, ‘cuando tu ojo es
bueno, todo tu universo es luz’”.
“Solemos perder tanto tiempo
reclamando del zapato que nos fue dado, pues lo juzgamos inadecuado para
aquel tipo de senda y no reparamos en andariegos que siguen sin una de
las piernas, con ligereza y desenvoltura mayor que la nuestra. Hacen más
con aparentemente menos. En verdad, el poder de ellos está en las
elecciones; en saber que todo puede ser diferente y mejor, revelando el
espejo de un ser en armonía consigo mismo y, como consecuencia, con el
universo. Esta fuerza está adormecida dentro de cada uno. Al escoger la
óptica que encuentra los defectos del mundo perdemos la oportunidad de
ver sus maravillas. Cada vez que permitimos el sufrimiento significa que
acabamos por negar una oportunidad para la alegría, gracias a una
elección equivocada. Lamentamos la leche derramada en vez de bendecir la
lección de manipularla correctamente”.
“Nada obstaculiza más al
andariego que los lamentos. Cuando reclamamos, en el fondo, intentamos
justificarnos ante nosotros mismos por la poca disposición para permitir
una elección diferente, capaz de transformar la realidad. Esperar que
el mundo se adecue a nuestras necesidades y deseos es mucho más cómodo
que luchar por los más bellos sueños, ¿cierto? No obstante, no es así
que toca la gran orquesta de la vida y acabamos envueltos en una esfera
de amargura al perder el baile. En ciclo vicioso, continuamos
reclamando y nos olvidamos de que a causa de las elecciones que hicimos
ayer, estamos repitiendo lo mismo hoy y proyectando para el día
siguiente”.
“El ciclo se hace virtuoso a partir del momento en
que aceptamos cosechar de acuerdo con la siembra. La historia de cada
persona no es más que la suma de las elecciones que hizo durante el
viaje en ésta estación y en las anteriores. Definir los próximos
destinos significa hacer elecciones concernientes a ellos. Alterar
futuras rutas exige modificar las elecciones de ahora. Por esto la
importancia de profundizar en los confines del ser, para entender y
aceptar lo que lo trajo hasta aquí y, entonces, transformar la realidad.
Por ello, es preciso sinceridad y coraje consigo mismo; entender quién
fuimos y quién somos, para rediseñar quién queremos ser realmente”.
“Por miedo, escogemos la jaula en vez de las alas; por egoísmo,
escogemos poseer en lugar de compartir; por ignorancia, escogemos el
tener en detrimento del ser; por celos, escogemos distanciarnos del
amor; por el brillo del deseo, escogemos apagar la luz de los sueños;
por terquedad, escogemos el estancamiento, impidiendo germinar la
sabiduría; por comodidad, frenamos el movimiento de la vida; por
orgullo, escogemos la ilusión en el intento de olvidar la verdad. Así,
inconscientemente, acabamos escogiendo la enfermedad al no permitir la
cura”.
Mencioné que todo concepto nuevo es algo confuso hasta
encontrar el debido lugar dentro de cada uno. Sin embargo, confesé que
tenía razón en sus argumentos. Lorenzo dijo con seriedad: “Todo
conflicto externo es reflejo del desorden interno. La manera como
reaccionamos a las dificultades demuestra el mayor o menor poder de las
sombras que todavía nos habitan. Todas las desavenencias, desde los
problemas sociales hasta las relaciones personales, revelan el grado de
predominio del ego sobre el alma de aquel grupo o individuo. El
sufrimiento de un individuo es directamente proporcional a las sombras
que lo habitan. Iluminarlas es una elección”.
El artesano me
observó por instantes, me ofreció una linda sonrisa y finalizó: “La
elección es el único instrumento que poseemos para ejercitar nuestra
espiritualidad. No hay otro. Las sombras pueden volver la existencia un
pesado oficio. Por otra parte, seguir por las complejidades de la luz,
con sabiduría y amor, transforma la vida en un refinado arte. Solamente
las elecciones te darán la ligereza, o no, para sostenerte en el aire”.
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