DRÁCULA Y EL MITO DE LA INMORTALIDAD
Estaba cerrado el taller de Lorenzo, el zapatero
amante de los libros y de los vinos. Filosofía y vino tinto eran sus
preferencias. Me dirigí a una acogedora taberna, en donde mi amigo acostumbraba
a beber una copa antes de ir a casa. Tuve suerte. Allí estaba él, sentado en
una cómoda poltrona, al lado de una lámpara, entretenido con la lectura. Fui
recibido con la alegría de siempre por el artesano, elegante en el vestir y en
el actuar. Cuando reposó el libro sobre la mesa reparé que era Drácula, del escritor
irlandés Bram Stoker, un clásico de la literatura. Comenté que nunca había
leído aquella obra, aunque la historia del vampiro fuera comúnmente conocida y
yo hubiera visto la película del mismo nombre, dirigida por Francis Coppola.
Pedí una copa de vino para acompañar al buen zapatero y le pregunté si la
película era fiel copia del libro. Lorenzo se acomodó en la silla y dijo: “Eso
es lo que menos importa”. Antes que yo pudiera decir algo él prosiguió: “La
cuestión contenida en Drácula es el mito de la inmortalidad que la historia
tiene como telón de fondo. Toda fascinación por el vampirismo, que es anterior
al propio Drácula, nace del deseo incontrolable de la humanidad, desde el
inicio de los tiempos, de vencer la muerte. Dentro de toda la inconstancia característica
de la vida de cualquier persona, la muerte siempre ha sido la única certeza;
sin embargo, siempre ha incomodado porque está ligada a la idea del fin”.
Argumenté que los alquimistas siempre se
empeñaron en buscar no sólo la piedra filosofal que permitía transformar el
plomo en oro, sino también en descubrir el secreto del elíxir de la vida
eterna, con la esperanza de que la vida fuera infinita y las conquistas
personales no se perdieran en el vacío de la existencia. El artesano arqueó los
labios con una leve sonrisa y dijo: “La diferencia está en que mientas el
vampirismo glorifica la perennidad del cuerpo, los alquimistas descubrieron que
la inmortalidad está presente a través del espíritu, la verdadera esencia de
cada uno. El espíritu es eterno, por tanto somos todos eternos. El cuerpo es
tan sólo una vestimenta provisional, necesaria para frecuentar la universidad
de esta existencia, en este planeta. Se cambia de ropa hasta que no necesitemos
más de ella”.
Hizo una pausa para beber un sorbo de vino y
prosiguió: “Resuelta la cuestión del elixir fueron a procurar la piedra
filosofal que, como su nombre indica, es inmaterial, tan sólo es un concepto;
surge y se deshace en el aire. Entendieron que la piedra se resume en la
capacidad de transformación del propio espíritu. Lo que no es poco. Al
contrario, traduce la esencia de la vida. Las transformaciones a las que se
referían son aquellas que apalancan la evolución del alma, la iluminación de
las propias sombras y la cura de las fracturas sentimentales, representadas
simbólicamente en la transmutación del patrón ceniza del plomo por la luz
dorada del oro. Nunca en el aspecto material y sí en la verdadera riqueza de la
espiritualidad. El oro es vano; se pierde, es robado, cambia de mano y no puede
ser llevado a la próxima estación. La luz, por el contrario, es la herencia que
te acompañará al infinito y te mostrará la fuerza, la belleza y la magia del
amor”.
Cuestioné el motivo por el cual el vampirismo aún
despierta tanto interés. Lorenzo bebió vino y dijo: “Los vampiros habitan el
inconsciente colectivo porque están ligados al ego y al cuerpo. Sin que las
personas lo perciban, el mito se sustenta entre aquellos que tiene gran
dificultad para modificar su visión y sus actitudes. A menudo luchan de manera
insana contra el envejecimiento inevitable del cuerpo, que es muy diferente a
llevar una vida saludable. Son personas que no saben relacionarse con el tiempo
ni con el alma, ya sea porque el ego se imagina perfecto o maravilloso o por el
miedo de lo que vendrá, de lo desconocido, de lo nuevo. No es de extrañar que
en la infancia de la evolución tengamos mayor facilidad para entender y
relacionarnos con el cuerpo, y entre cuerpos, que entender el alma y convivir
con otras almas. Así, es entendible por qué algunos están más ligados al placer
y otros al amor”.
“Si prestas atención, el vampiro es aquel que no
quiere evolucionar pues tiene un ego enorme, se considera poderoso, se cree
maravilloso. Al contrario, quiere que el mundo se adecue a sus deseos y necesidades.
Mientras el alma es dinámica por necesidad, naturaleza y filosofía, el ego es
estático. El vampiro no tolera el movimiento. Quiere mantener el pasado como
eterno presente. El presente como transformación para el futuro es entendido
como la destrucción de su mundo, en consecuencia, de su ego hiperdimensionado.
No es extraño que en la ficción el vampiro tenga aversión a la luz del sol,
símbolo de la evolución en la alquimia, representación poética de la sabiduría
y de la libertad. Por motivos análogos, le teme al crucifijo que representa
renacimiento, transformación; no obstante el mundo cambia y la humanidad avanza
inexorablemente”.
“En el cajón en que reposa, metáfora del ser
abandonado y debilitado dentro de sí mismo, cuando la noche es más oscura, es
decir, cuando sus propias sombras se hacen más fuertes, parte sediento por la
sangre ajena ya que necesita de la energía de otras personas, pues no puede
mantenerse por sí sólo. Se vuelve incapaz de generar vida en su interior, algo
simple para un ser de luz. No satisfecho con aprovecharse del otro, lo obliga a
adecuarse a su estilo sombrío de vida, al imponerle también la condición de
vampiro, esclavizándolo en su ambiente tenebroso. Volverse un vampiro no es
transformación, es estancamiento, aprisionamiento”.
“El mito del vampirismo trae oculto el deseo
ancestral de dominación. El vampiro ansia poder sobre todo y todos. La riqueza
material que anhela a través de los siglos; las personas que atormenta y
manipula. Dinero y dominación. Es el baile de las tinieblas que los egos
inflados sueñan danzar”.
Mientras asimilaba todas aquellas ideas en la
mente, comenté que estaba impresionado con el hecho de que este mito haya
sobrevivido al tiempo. El zapatero levantó las cejas y explicó: “El mito estará
presente mientras represente lo íntimo de las personas. El vampiro es la
representación artística que los contadores de historias encontraron para
revelar las sombras de la humanidad. ¿Has reparado en cuántos vampiros conoces?
Es más, ¿puedes percibir cuánto de vampiro existe en ti?”
Antes que yo me sintiera ofendido, el buen
artesano me trajo a la realidad: “Cada vez que damos valor al ego en detrimento
del alma, que nos identificamos más con nuestro cuerpo que con nuestro
espíritu, que negociamos con las sombras en perjuicio de la luz, que
atormentamos a alguien para quitarle la energía, que manipulamos o dominamos al
otro en vez de respetar su derecho inalienable de elección, revelamos la cara
oculta del vampiro que aún nos habita”.
Quise bromear y le dije que los vampiros me
parecían elegantes, cuando Lorenzo me desconcertó: “Encontrar encanto en la
tristeza tan sólo sirve en la ficción. ¿Percibes que todo vampiro es infeliz
gracias a la enorme dependencia que todo dominador tiene?. La eterna búsqueda
por el poder sobre el otro lo envuelve en una esfera de agonía, de sufrimiento;
es pan que no alimenta, es el prisionero de la mazmorra que construyó para sí
mismo. Lo mejor de la vida se celebra con alegría. Encantador es la búsqueda de
la libertad, la belleza de caminar por el lado soleado del sendero, la ligereza
de entender que lo mejor de sí es eterno, inmaterial y reside en el alma, que
no hay evolución sin transformación”.
“Drácula es la representación artística de una
triste realidad, presente cada vez que ‘vampirizamos’ a alguien chupando no su
sangre sino su energía, la alegría, la belleza de vivir, con la ilusión de que
toda esa riqueza sea transferida a nosotros. Sin embargo, no existe felicidad
en el mal, sus ganancias son efímeras y pueriles. No es extraño que todo
vampiro viva en ambientes mal iluminados en la ficción, lo que representa
adecuadamente el estadio actual de su alma en la realidad”.
“En la ficción, el vampiro no puede ver la propia
imagen reflejada en el espejo; en la simbología, es aquel que no puede percibir
quien realmente es, que no ve las heridas abiertas del alma, haciéndolo incapaz
de entender los cambios necesarios. Entonces se hace indispensable la
destrucción del vampiro mediante la renovación y la luz, representadas en el
crucifijo y en el sol. De esta manera ‘matamos’ al vampiro que existe en
nosotros cada vez que renunciamos a los conceptos de dominación, a cambio de
ideas y prácticas que nos lleven a la verdadera liberación”.
Quise saber cómo alcanzar esa maravillosa
liberación. Lorenzo levantó la copa para brindar y finalizó: “Recitando
diariamente un mantra: todo, absolutamente todo, puede ser diferente y mejor”.
Gentilmente traducido por Maria del Pilar
Linares.
Otros textos del autor en www.yoskhaz.com/es/
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